martes, 3 de enero de 2017

Capítulo 17



XVII

Dos días después de haber aceptado ser hipnotizada, Anamaría se presentó en calidad de paciente y no de amiga en casa de Laura. Eran las ocho de la mañana con algunos minutos pasados cuando atravesó la puerta de la casa de su amiga y esta la llevó hasta la sala donde ya estaba una mujer de cabello totalmente blanco y corto hasta el cuello de cara muy fina y ojos azules.
—La doctora Gwendolyne Hunt –se la presentó Laura.
Anamaría le extendió la mano y la mujer le sonrió.
—Mucho gusto.
Su acento no era latino, pero aun así pronunciaba las palabras con mucha claridad.
—La doctora Gwendolyne es psicoanalista, hipnotista y todo lo que termina en ista –dijo Laura sonriendo.
—Menos chantajista –dijo la mujer con verdadera calma.
Todas sonrieron ante las palabras y el momento, como sucede en el momento que la camaradería entra en juego, se sintieron mejor y casi conocidas de siempre.
Se sentaron y compartieron un delicioso café preparado por Laura María. Era un día estupendo y para manifestarlo estaba el jardín que se mecía a través del enorme ventanal.
—Soy australiana, o como dice Laura, cangura –dijo en algún momento la mujer.
—La conocí en Darwin, una de las ciudades grandes de allá –aclaró Laura—. Estaba haciendo un curso de cirugía microscópica en una de las mejores universidades de allá y la conocí mientras daba una especie de charla acerca del origen del hombre en Australia. Según sus teorías, y las de muchos seguidores, el hombre de Australia, el aborigen originario de allá, es el famoso eslabón perdido de Charles Darwin.
—Y lo seguiré creyendo hasta que mis huesos no sean más que polvo –dijo la mujer tomando un sorbo de café.
—Está pasando un año sabático por estos rumbos investigando algo relacionado con los mayas de Copán.
—Según mi teoría –aclaró la mujer colocando la taza sobre el  platito de la mesita central con gran elegancia—, los mayas y los aztecas son los primeros descendientes del eslabón perdido, o sea de mis paisanos.
Anamaría que la antropología, o como se le llamara a aquello, le importaba tan poco como el estudio de las estrellas sólo emitió una leve sonrisa. Tan leve que hasta parecía forzada.
—Interesante –dijo tratando de demostrar algo de interés.
—Pero además –continuó Laura—, es una magnifica estudiosa del alma humana. Tiene sus teorías al respecto. Teorías que yo comparto al cien por ciento, y estoy segura que tú también lo harás.
La mujer volvió a tomar la tacita con café de la mesa y Anamaría se dijo que una elegancia tal era difícil de lograr. Parecía una verdadera maga con sus movimientos.
—Me ha dicho, Laura –dijo Gwendolyne llevándose la taza a los labios— que quiere ser hipnotizada.
Anamaría miró a su amiga y asintió.
—Me gustaría saber –dijo con voz pausada— acerca de mi vida pasada.
La mujer volvió a colocar la tacita de café sobre la mesita central y cruzó una pierna también con elegancia. Vestía un pantalón vaquero de esos de bolsas anchas y muy flojas, una blusa color zapote y zapatillas aparentemente muy cómodas. Una mujer a la que le gustaba el relax, sin duda.
—¿Crees en la reencarnación, entonces?
Anamaría no sabía que responder. La verdad, en algún tiempo, quizás cuando era joven, se planteó aquella posibilidad, pero ahora no tenía una idea clara al respecto. Sólo sabía que, a veces, se sentía tan sola y con ganas de morir. Sí. Esa era una sensación muy real. Quizás no era la idea del suicidio, no. Nunca, ni cuando murió Juan José, había sentido ganas de morir aunque lo dijera en llantos. No. Pero últimamente esa sensación parecía asociarse mucho a la mina del Ocotal. No, nunca lo había pensado antes, sino hasta ahora. Pero algo tenía que decirle a aquella mujer.
—Creo que cuando morimos vamos a un lugar mejor que este…
—Con eso me basta –dijo la mujer sonriendo—. Eso quiere decir que crees firmemente en la dualidad de cuerpo y alma. Yo trabajo con el alma de las personas, pero para poder hacerlo necesito que la persona crea en el alma.
—¿Cuándo hipnotiza a alguien recuerda todo?
—El hipnotismo no es más que escarbar en la propia memoria –dijo con seguridad tomando con delicadeza la taza—, y el hipnotizador no es más que un excavador de recuerdos. Todo lo que hemos vivido está aquí –se tocó la frente con cuatro dedos de la mano izquierda.
—No hay ningún peligro ¿Entonces?
—Claro que no, amiga. Claro que no. Es más, si te dijera que en estos momentos estamos hipnotizadas ¿me creerías?
Anamaría se miró las manos y le vino a la mente una idea que había escuchado de alguien, no recordaba de quién, halarse el dedo con los de la otra mano para verificar si estaba despierta. Si el dedo se alargaba eso significaba que estaba dormida y si no, despierta.
—Todos los seres humanos estamos dormidos, y el dormir conscientemente es un tipo de hipnotismo. Si te fijas bien en las personas, parecen que andan en otro mundo. Eso es hipnotismo. Lo que sucede con lo que llamamos hipnotismo guiado es que un sujeto va guiando al otro para que entre en sí mismo y escarbe lo que el hipnotizado quiere encontrar. En este caso tú quieres saber de tus vidas pasadas. No hay problema, sólo hay que relajarse y ya.
—¿Lo harás en el estudio? –le preguntó Laura solícita.
—Creo que es el lugar más adecuado ¿Si estás lista?
Anamaría, que no estaba lista para ninguna de aquellas cosas dijo que sí y entonces las tres se pusieron de pie y dejando allí, sobre la mesita central, todas las tazas medio vacías, o medio llenas como se quiera, subieron al segundo piso.
El estudio de Laura María era una habitación muy pequeña, pero tan cómoda que al sólo entrar daban ganas de echarse a dormir. Anamaría la contempló con curiosidad pues su amiga no la había invitado a entrar allí antes. La única ventana era tan grande como la pared misma y además era corrediza y se podía salir por ella hacia un balcón donde había una tumbona rodeada de plantas tropicales muy grandes. Un palo de mango, con sus grandes y extensas ramas rozaba la orilla del balcón y casi llegaba hasta el marco de la ventana. Las paredes eran de color chocolate suave. Un escritorio de grandes dimensiones, pegado a una de las paredes, y frente a este una tumbona tan cómoda como para echarse una siesta de inmediato. Sobre las paredes había un cuadro de su tía Azucena. Uno donde al fondo se veía la diminuta iglesia del Álamo.
Anamaría empujó su enorme silla del escritorio y la colocó en la cabecera de la tumbona. Gwendolyne se lo agradeció.
—Puedes quedarte si quieres –le dijo a Laura al verla buscar la puerta.
—Oh, claro. Sólo iba por mi grabadora. Quiero grabar toda la sesión en video si no les importa.
Anamaría miró a su hipnotizadora y ésta no dijo nada. Así que le dijo a Laura:
—Creo que no hay problema.
Laura María salió como el rayo por su cámara filmadora y en menos de dos minutos la colocaba sobre un trípode justo a un par de metros de la tumbona y enfocando directamente el cuerpo de Anamaría sobre todo desde la cintura al rostro, abarcando de paso a la doctora. Notó que la ventana había sido cerrada y la cortina echada. La luz había sido bajada hasta volverse de un tono mortecino.
—Cierra esa puerta, por favor –le pidió Gwendolyne a Laura.
Laura cerró la puerta. Todo era muy silencioso en el ambiente. Anamaría se tendió a una señal de la psiquiatra en la tumbona y comenzó la sesión. La cámara comenzó a grabar a las ocho y cuarenta de la mañana y terminó después de las doce del mediodía.

***

—Muy bien, Ana. Vas a cerrar los ojos despacio y vas a escuchar mi voz sin poner mucho esfuerzo en ello. Sólo deja que tu cuerpo repose tranquilo. Que caiga sobre el sillón por completo. No tienes ni una sola preocupación en la vida. Eres una mujer mayor, tu hija es una mujer independiente, tus nietos, tu padre, todos están bien. Vives bien. No tienes problemas económicos. No le debes a nadie nada, así que eres una mujer totalmente tranquila, completa. Vas a imaginarte que mi voz se convierte en una luz azul muy suave que a medida que la escuchas va entrando por tus oídos y se va regando por todo tu cuerpo. Es una luz benéfica, suave, llena de paz… respira hondo y mira como la luz entra en ti por los oídos y baja por tu garganta. Allí, en tu garganta se dispersa hasta bajar al interior de tus pulmones. Respira hondo. Muy bien, así. El azul de mi voz entra en tus pulmones y de allí, por cada célula de oxigeno que llega a la sangre el corazón la dispersa por todo el cuerpo. Todo el cuerpo se va relajando despacio a medida que mi voz hecha luz azul llega al corazón, el corazón la empuja por todos lados. Llega al estómago, a los brazos, a las manos, a los dedos, a la cintura, a las piernas, a las rodillas, a los pies, a los dedos de los pies… todo el lugar de tu cuerpo a donde llega mi voz, la luz azul, se llena de mucho sueño, se relaja y cae sobre el sofá. Todo está cayendo al sofá. Respira hondo y la luz sigue inundándolo todo… respira profundamente, así, así… así… relajada totalmente. Totalmente relajada. Respira, respira, respira…muy bien. Ahora vamos a subir con esa luz hasta la cabeza. Del corazón a la cabeza. Del corazón a la cabeza. En medio de la frente la luz, mi voz, forma una esfera de luz azul brillante. Miras atentamente esa luz… muy bien…
Laura María observaba una vez más a su amiga en acción y no perdía una sola de sus palabras ni de sus gestos. Estaba acomodada en el sillón y con voz suave y adormecedora iba mencionando las palabras que entraban en los oídos de Ana y se transformaban en luz e imágenes.
—… bajaremos esas gradas, despacio, contando los diez escalones. Bajamos el primero, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez… ahora estamos abajo. Enfrente de nosotros hay un espejo muy grande. Nos acercamos a él, despacio… nos detenemos enfrente de él… observamos. Allí estamos reflejados, pero de espaldas. Podemos ver nuestra espalda allí. Es una ventana, entremos… levantamos nuestro pie derecho y luego el izquierdo y entramos… es un espejo del pasado. Avanzo hacia el pasado. A ambos lados de nosotros hay más espejos, cienes de espejos. Voy hacia la derecha, allí están los de mis vidas más recientes… me observo en el espejo más cercano que es mi vida más cercana, la vida anterior a la de este momento. Allí, como en un televisor puedo ver todo lo que hice en aquella vida. Allí están los rostros de las personas que amé, las personas que conocí, los lugares que conocí, los sabores, lágrimas y sonrisas, alegrías que tuve… todo está allí. También es una ventana, vamos a entrar. Nos metemos y vamos hasta el fondo del salón. Nos damos la vuelta y miramos hacia el fondo el espejo por donde entramos, allí está, por allí podemos salir al terminar de visitar el lugar. Mira a tu derecha, allí está el primer recuerdo. Tu nacimiento en aquella vida. Dinos los que miras. Despacio. No tengas prisa. No tienes ninguna prisa. Aquí estoy contigo.
La voz de Gwendolyne dejó de escucharse y en el ambiente quedó la sensación de la espera. Le había pedido a Anamaría que dijera lo que miraba en aquel momento. Laura María, como siempre que su amiga psiquiatra llegaba a este punto trataba de imaginarse al hipnotizado de pie ante todos aquellos espejos hipotéticos y luego esperaba que comenzaran a hablar. Este era el momento culminante, el motivo por el cual el hipnotizado entraba en tal estado.
Esperaron un minuto completo. A veces eran más antes de que el hipnotizado comenzara a hablar. Cuando Anamaría comenzó a hablar lo hizo con una voz tranquila y suave, como si hablara con una persona muy pequeña y necesitaba utilizar el lenguaje más elemental para ser comprendida.
—Es el año de 1930 acabo de nacer. Mi madre muere en el parto. Mi padre y mi hermanito, tengo un hermanito de dos años y me mira con sus ojitos redonditos. Sonríe al verme y no se da cuenta que nos hemos quedado huérfanos por mi culpa. Mi padre está triste por mi mamá, pero alegre por mí, sus emociones son encontradas. Vivimos muy bien, mi padre tiene mucho dinero.
—Avanza unos cinco años hacia adelante y dinos tu nombre y el lugar dónde vives.
—Avanzo hasta la edad de cinco años… me llamo María Azucena Landa Perdomo…
Laura María que escuchaba atentamente cada palabra abrió la boca con asombro y tuvo que tapársela para no emitir un gritito de sorpresa. Lo que siguió ella de alguna manera ya lo sabía por toda aquella documentación recogida durante tantos años y porque como le había dicho Anamaría, con mucha facilidad podría escribir un libro bastante grueso acerca de la familia Landa.
—…asistimos a la escuela de la comunidad aunque mi padre ha insistido en que no lo hagamos. Allí, el primer día conozco a… conozco a…
“Carlos Antonio Moncada” piensa Laura María antes de que su amiga los diga.
—… Carlos Antonio… mi amor…
Por un momento, la voz de Anamaría, se quebró como a punto de llorar, pero de inmediato Gwendolyne la guío para que no se estancara en aquel recuerdo.
—Mi padre me envía a un colegio de señoritas en la ciudad para alejarme de él, pero nosotros nos escribimos durante todos aquellos años… cuando tenía quince años mi padre me envío aún más lejos, a Italia… pero siempre mantenemos comunicación. Algún día, cuando regrese, nos prometemos, vamos a vivir juntos, nos amaremos mucho, seremos felices para siempre, como en los cuentos de hadas.
Un silencio prolongado durante más de un minuto. Anamaría, se agita en su sueño, mueve los ojos debajo de los párpados. La cámara capta todo esto.
—…conozco a Kenia Smith, nos hacemos amigas. Un año antes de regresar a mi país y a él. Kenia me muestra el mundo de la magia, de la brujería, me regala libros de brujería y yo, antes de volver a mi país, compro más. Un año en Inglaterra y me convierto en una bruja de primer grado. Según mi maestra soy una bruja de nacimiento. Es un año de aprendizaje, pero más adelante vendrán más. Más aprendizajes. Regreso a mi país, mi padre y mi hermano me reciben en el puerto. Es un viaje muy agotador, muy bonito. Llegamos a mi casa, en El Ocotal, voy a buscar a mi amor… nos amamos. Pinto. Huyo con mi amor. En una cabaña. Una mañana…
Otra larga pausa. Laura María que iba tejiendo algunas tramas, huecos, es la más atenta del trío. Y aunque sabe que más adelante verá varias veces la cinta no quiere perder ni un solo detalle de la narración.
—…matan a mi Antonito… alguien lo mató con una pistola y acusan a mi padre. Mi padre es juzgado… yo… yo…
—Tranquila. Tranquila. Todo esto es como una película. Estás recordando todo lo vivido. No es real ya. Recuerda. Son recuerdos. La vida de antes… —la calma Gwendolyne al ver la dificultad de expresar sus palabras.
—Utilizo un hechizo, agua y un cazo de aluminio para descubrir al verdadero culpable. Lo descubro es, es un sirviente de mi padre, un antiguo sirviente y… y el administrador de la mina del Álamo…yo invoco las fuerzas de la naturaleza y las uno a mis más fuertes deseos. Creo un tulpa. Mi tulpa.
Laura María, vuelve a abrir los ojos con asombro. Las piezas encajan tan perfectamente que no puede creerlo. Pero allí están todas. Podría, en efecto, escribir un libro muy gordo acerca de la vida de la familia Landa.
La doctora Gwendolyne que al principio pensaba que aquella hipnosis iba a ser una típica sesión de hipnotismo, ha ido interesándose poco a poco en las palabras de Anamaría y dicho interés se demuestra en la postura que ha tomado. De estar totalmente relajada, apoyando la espalda contra el respaldo del sillón se ha inclinado un poco como para escuchar mejor apoyando los codos sobre sus rodillas y mirando con mayor atención a la hipnotizada.
—¿Cómo se hace un tulpa? –pregunta aunque tiene una vaga idea al respecto.
—Un tulpa es la manifestación física de nuestros más claros deseos. Nace de la energía personal de cada quien, pero si le añades la fuerza, el espíritu de la naturaleza es aún más perfecto. Yo he creado mi tulpa de mi energía y de la naturaleza. Los pinos, los robles y los encinos me han brindado su energía para hacer surgir mi tulpa. Un tulpa nace de algún órgano del cuerpo. Mi tulpa nace del corazón. Un corazón lleno de cólera por el deseo de sed de venganza. Me arrebataron a mi Antonito y quieren quitarme a mi padre. No puedo permitirlo. No puedo… no. Es tanta mi cólera que el ser que nace, mi tulpa, tiene los ojos rojos, signo de la cólera.
Laura María que ha estado pendiente de todo aquello y está vivamente interesada por estas últimas palabras escribe en un trocito de papel:
“Pregúntale ¿Cómo es el tulpa?”
Le empuja dicha pregunta por la superficie del escritorio y la psiquiatra la mira. La toma y emite la pregunta:
—¿Qué aspecto físico tiene el tulpa?
Anamaría, parece considerar la pregunta y luego dice con voz pausada:
—Es blanco, del tamaño de un perro grande, cuerpo alargado como el de… como el de un perro salchicha –sonríe— es un cuerpo muy largo, como el que aparecen en las ilustraciones de los dragones japoneses. Tiene patas como de león, fuertes y gruesas, con garras muy afiladas. La cola, la cola es como la de un zorro. Se parece al amigo imaginario de mi niñez, pero éste es real.
—Muy bien, Ana… dinos más cosas al respecto.
—He obligado al asesino verdadero a declarar su culpa, con la ayuda del tulpa. Él sólo ha acudido a la policía; mi padre ha quedado en libertad. Pero yo, no puedo dejar que el otro culpable se escape… la policía ha ido a buscarlo y éste ha desaparecido. Yo voy en su caza.
Laura María, escucha, también asombrada, las descripciones de la cacería realizada por Azucena y su mascota y comprende, de alguna manera, el nacimiento del otro carácter más fiero de aquel ser.
—… regresamos a la cabaña, pero sin él no es lo mismo. Me siento morir. Sigo pintando, pero ya no hay alegrías en mi vida. Mis alegrías se las llevó Antonio. Trato de encontrar el modo de que por lo menos su espíritu se comunique conmigo, pero… yo no soy espiritista, sino bruja. Sé que él está en algún lado, en algún plano, pero no lo percibo…
—Adelanta un poco más en tu vida ¿Qué hiciste después de cinco, diez años?
Pausa.
—Tranquila no hay prisas.
—Mi vida de artista se ve favorecida con varias críticas. Mis pinturas se venden muy bien y me consideran una buena pintora…
Laura María contempla la enorme pintura que cuelga justo enfrente de ella y está de acuerdo con las palabras de su amiga. Pero también, se siente maravillada, al saber que la creadora de dicho arte está allí, a pocos metros de ella. ¿Cuántas veces se convive con las grandes almas y nadie se entera? Como dijo Exupery lo esencial es invisible a los ojos.
—Regreso a la casa del Ocotal, La Casona se llama… hay un arco muy grande sobre la entrada principal. Un día se me ocurre pintar La Casona, pero es un cuadro, no sé porque nunca puedo terminar… es como si el destino, o fuerzas de otros lados, invisibles, me lo impidieran. Me rindo y no termino la pintura. Mi padre bebé mucho. Es un alcohólico aunque no lo quiera admitir. Mi hermano Esteban vive en la ciudad con su familia y viene a visitarnos de vez en cuando. Yo, pinto mucho para olvidar a Antonio… mi padre quiere que me case, que sea feliz y yo le digo que no podré ser feliz con otro hombre que no sea Antonio. Él sigue bebiendo… en 1960… hago un conjuro para entrar al mundo de los sueños. Un conjuro que me ha revelado, alguien, a través de los sueños. Logró ver a Antonio… él me explica que volveremos a encontrarnos en el futuro… que tenga paciencia, que todo se asentará… dice. Dice que nuestras vidas son especiales, que nos volveremos a ver pronto… pero hay algo de tristeza en su voz, como si temiera algo. Yo tengo miedo de preguntarle. Un año después, gracias a las runas, creo un conjuro para abrir una puerta física, creo, para entrar al mundo de los sueños. Quiero entrar y verlo de cerca. Pero no es tal mundo donde entro…
Laura María que ha leído los dos diarios comprende a cabalidad lo que aquellas palabras significan.
—… hay monstruos del otro lado. Muchos monstruos…
La doctora Gwendolyne que cree que la mujer ha entrado dentro de un sueño la anima a continuar.
Pero, Anamaría, parece bloqueada por algunos segundos.
—Muero –dice de pronto llenando de teatralidad el recinto y las dos mujeres despiertas la observan con interés creciente—. Uno de los seres que se han metido a mi mundo ha aprisionado mi corazón y lo ha hecho explotar.
Y como el fin de una película o una tragedia, el silencio lo inunda todo.
—Muy bien –se arrellana en el sillón la doctora Gwendolyne y con voz aun más relajada dice añade—. : Ahora vamos a darnos la vuelta y salir de este espejo para volver a las gradas. ¿Está bien?
—Sí –dice una desfalleciente Anamaría. Laura que ha tomado la última parte de aquellas confesiones como algo nuevo para el conocimiento de los sucesos en aquella extraña vida aprecia esa voz como la de alguien muy cansado.
—Entonces –continúa Gwendolyne—, vamos a ir hacia el espejo por donde entramos. Despacio. Llegamos y bajamos hasta el lugar donde está la escalera. Muy bien. Ahora avanzamos hacia la escalera. Respira profundamente.
Anamaría respiró profundamente.
—Ahora llegamos al pie de la escalera. Son diez escalones los que vamos a subir. Voy a contar del uno al diez. Cuando llegue al diez estarás de nuevo aquí, con nosotras, con tus amigas. ¿Está bien?
Anamaría vuelve a asentir. Su rostro está muy relajado aunque Laura, nota, una especie de preocupación profunda. El conocimiento del pasado es algo que abre muchas puertas y comprensiones del presente.
—Cuando lleguemos al escalón diez estaremos saliendo de nuevo a la superficie. Abrirás los ojos y te sentirás relajada, muy, muy relajada. Uno, subimos el primer escalón, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
Al escuchar diez, Anamaría abrió los ojos lentamente y sin moverse miró profundamente hacia el techo. Nadie dijo nada. El ambiente se llenó de ese tipo de misterio casi místico que precede a la tormenta.
Laura María se levantó despacio y fue a chequear el funcionamiento de la cámara. Todo estaba allí, por supuesto y el disco duro seguía llenándose con todas aquellas imágenes.
—¿Puedo levantarme? –preguntó Anamaría.
—Claro que sí –le dijo la doctora levantándose ella misma yendo a abrir las cortinas y luego las puertas corredizas.
La luz entró a raudales en la estancia volviendo a iluminar todo en su plenitud. Anamaría se quedó unos segundos sentada en la orilla de la tumbona, parecía cansada, pero al mismo tiempo su rostro, ahora, mostraba una enorme determinación.
—¿Lo recuerdas todo? –le preguntó Laura acercándose a ella y sentándose a su izquierda. Le pasó un brazo por los hombros.
—Todo –dijo Anamaría como ausente.
Gwendolyne volvió a sentarse en la misma silla y las miró a ambas.
—¿Cómo te sientes? –le preguntó a su paciente.
Anamaría la miró directamente a los ojos y sonrió. Era una sonrisa de cansancio, pero también de agradecimiento.
—Bien –contestó al fin.
—¿Te sirve toda esa información?
—Sí.
—¿Recuerdas todo? –la misma pregunta pero en diferentes labios.
—Sí, lo recuerdo absolutamente todo. Para mí, ahora muchas cosas tienen más sentido. Gracias. Sólo me siento un poco agotada.
—Eso es normal. Si quieres descansar un poco…
—Sí, gracias.
—Ven –le dijo Laura María ayudándola a ponerse en pie—. Te llevaré a mi habitación para que descanses.
—Gracias.
Y como una convaleciente, Anamaría, fue metida y acomodada en la habitación de su amiga Laura María.
—Descansa, amiga –le dijo Laura con una gran sonrisa—, ya tendremos tiempo, luego para hablar un poco sobre todo esto.
—Sí –dijo Anamaría acomodándose en la cama.
En menos de cinco minutos dormía profundamente mientras Laura María y Gwendolyne hablaban animadamente sobre la experiencia en la salita, frente al jardín, en la planta inferior.
—No he comprendido muchas cosas de las que ha dicho –confesó la doctora Gwendolyne—. Es como si en la hipnosis se hubiera metido dentro de un sueño.
—Es posible –dijo Laura María sin atreverse a confiar a su amiga psiquiatra toda la verdad. Por experiencia sabía que cuando se cuenta algo que no es posible volver a repetir, o por lo menos mostrar con algo de lógica, la gente empieza a dudar de la propia cordura. Después de su experiencia en el enorme túnel de las profundidades había tratado de explicárselo todo a sus padres. Estos, después de mirarse como quien sospecha algo, no volvieron a referirse al tema ni a preguntarle nada.
“Es mejor así –le había dicho Jorge cuando ella se lo contara—. Ellos creen que estamos locos porque no pueden comprobar nuestras historias así que es mejor así”.
Y de allí en adelante sólo a sus hijos cuando eran pequeños y ellos mismos recordaban algunos incidentes de toda aquella experiencia asombrosa.
—Pero tú has querido que le preguntara acerca de la forma del animal ¿Por qué?
—Tenía cierta curiosidad –confesó mintiendo descaradamente.
—Entonces ¿Estuvo bien? ¿Era lo que ella esperaba?
Laura María que le había pedido que hipnotizara a una amiga para averiguar sobre su vida pasada, lo había hecho con la descarada mentira de curarle una fobia. Miedo a los lugares cerrados, le había dicho.
“Pero cuando lo hagas no se lo digas –le había dicho—. Es una de esas personas que suelen negarlo todo”
Con esa mentira, pues, había llevado expresamente a su amiga allí. Estaba satisfecha de los resultados, pero ahora tenía que buscarle alguna utilidad a aquella información. Ya tendría tiempo para discutirlo con Anamaría.

***

A las dos de la tarde se marchó la doctora Gwendolyne, muy intrigada y pensando un poco más en las respuestas de Anamaría, pero convencida, por las palabras de su amiga Laura que todo había sido para curarle una agorafobia. Esperaba haberle ayudado de verdad y que en el futuro no volviera a manifestar el terror a los espacios cerrados.
En cuanto se hubo marchado, Laura María subió a su habitación para hablar con Anamaría.
Anamaría estaba despierta y estaba sentada en la orilla de la cama mirando hacia uno de los cuadros pintados por ella misma en una vida pasada que ahora parecía tan cercana. Al escuchar que la puerta se abría se volvió y miró a su amiga.
—¿Se puede? –preguntó Laura.
—Se puede –dijo Anamaría volviendo su vista al cuadro.
En el cuadro, una mujer muy joven, de nombre Azucena Landa, se miraba a un espejo y sobre la superficie de éste se veía un pacífico río deslizándose por entre árboles y sobre guijarros blancos.
—Es hermosa –dijo sin apartar la mirada del cuadro.
—Sí –convino Laura María sentándose a su lado, muy cerca.
—Somos tantas cosas en nuestras diversas vidas.
—Sí. Yo no podría pintar algo tan hermoso, en la actualidad, por mucho que me esforzara.
—Pero puedes diseñar hermosas casas y edificios…
—Eso sí.
Suspiraron, ambas al mismo tiempo y luego como dos chiquillas se miraron sonriendo.
—Ha matado a quince personas más –dijo Laura María como quien dice algo por pura casualidad.
Anamaría no tuvo que preguntar quién, pues ya sabía la respuesta. Se miró las manos y cerró los dedos como si estos se hubieran entumecido.
—No –le dijo Laura como si hubiera leído sus pensamientos—. Tú no tienes la culpa de nada. Pero podemos encontrar la forma de detenerle antes de que mueran más personas.
Anamaría suspiró y se puso en pie.
—Hablemos –le dijo.
Salieron del dormitorio y con paso seguro, Anamaría buscó la puerta del estudio. Allí arriba había más espacio para armar un plan o por lo menos para decidir. Entraron y sin cerrar la puerta, no era necesario, buscaron el balcón. Allí había una mesita con cuatro sillas a su alrededor. Anamaría se sentó y Laura lo hizo enfrente de ella.
—¿Qué podemos hacer? –preguntó Anamaría al sentarse.
Laura que era, de alguna manera, la experta en todo aquel asunto, muchas veces, durante muchos años, mientras la vida la iba separando de sus hijos, se había preguntado si alguna vez volvería a relacionarse con todo aquella. Muchas veces había regresado al Limón pues la propiedad había pasado a ser suya cuando sus padres murieron y también se había acercado varias veces a la boca de aquella mina sin valor para meterse en ella. Tenía miedo del pasado, pero al mismo tiempo, unas ansias inmensas de volverse a acercar como  las polillas a la muerte en los focos calientes de la luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario