XVII
Dos días después de haber aceptado ser hipnotizada,
Anamaría se presentó en calidad de paciente y no de amiga en casa de Laura.
Eran las ocho de la mañana con algunos minutos pasados cuando atravesó la
puerta de la casa de su amiga y esta la llevó hasta la sala donde ya estaba una
mujer de cabello totalmente blanco y corto hasta el cuello de cara muy fina y
ojos azules.
—La doctora Gwendolyne Hunt –se la presentó Laura.
Anamaría le extendió la mano y la mujer le sonrió.
—Mucho gusto.
Su acento no era latino, pero aun así pronunciaba
las palabras con mucha claridad.
—La doctora Gwendolyne es psicoanalista, hipnotista
y todo lo que termina en ista –dijo
Laura sonriendo.
—Menos chantajista –dijo la mujer con verdadera
calma.
Todas sonrieron ante las palabras y el momento,
como sucede en el momento que la camaradería entra en juego, se sintieron mejor
y casi conocidas de siempre.
Se sentaron y compartieron un delicioso café
preparado por Laura María. Era un día estupendo y para manifestarlo estaba el
jardín que se mecía a través del enorme ventanal.
—Soy australiana, o como dice Laura, cangura –dijo
en algún momento la mujer.
—La conocí en Darwin, una de las ciudades grandes
de allá –aclaró Laura—. Estaba haciendo un curso de cirugía microscópica en una
de las mejores universidades de allá y la conocí mientras daba una especie de
charla acerca del origen del hombre en Australia. Según sus teorías, y las de
muchos seguidores, el hombre de Australia, el aborigen originario de allá, es
el famoso eslabón perdido de Charles Darwin.
—Y lo seguiré creyendo hasta que mis huesos no sean
más que polvo –dijo la mujer tomando un sorbo de café.
—Está pasando un año sabático por estos rumbos
investigando algo relacionado con los mayas de Copán.
—Según mi teoría –aclaró la mujer colocando la taza
sobre el platito de la mesita central
con gran elegancia—, los mayas y los aztecas son los primeros descendientes del
eslabón perdido, o sea de mis paisanos.
Anamaría que la antropología, o como se le llamara
a aquello, le importaba tan poco como el estudio de las estrellas sólo emitió
una leve sonrisa. Tan leve que hasta parecía forzada.
—Interesante –dijo tratando de demostrar algo de
interés.
—Pero además –continuó Laura—, es una magnifica
estudiosa del alma humana. Tiene sus teorías al respecto. Teorías que yo
comparto al cien por ciento, y estoy segura que tú también lo harás.
La mujer volvió a tomar la tacita con café de la
mesa y Anamaría se dijo que una elegancia tal era difícil de lograr. Parecía
una verdadera maga con sus movimientos.
—Me ha dicho, Laura –dijo Gwendolyne llevándose la
taza a los labios— que quiere ser hipnotizada.
Anamaría miró a su amiga y asintió.
—Me gustaría saber –dijo con voz pausada— acerca de
mi vida pasada.
La mujer volvió a colocar la tacita de café sobre
la mesita central y cruzó una pierna también con elegancia. Vestía un pantalón
vaquero de esos de bolsas anchas y muy flojas, una blusa color zapote y
zapatillas aparentemente muy cómodas. Una mujer a la que le gustaba el relax,
sin duda.
—¿Crees en la reencarnación, entonces?
Anamaría no sabía que responder. La verdad, en
algún tiempo, quizás cuando era joven, se planteó aquella posibilidad, pero
ahora no tenía una idea clara al respecto. Sólo sabía que, a veces, se sentía
tan sola y con ganas de morir. Sí. Esa era una sensación muy real. Quizás no
era la idea del suicidio, no. Nunca, ni cuando murió Juan José, había sentido
ganas de morir aunque lo dijera en llantos. No. Pero últimamente esa sensación
parecía asociarse mucho a la mina del Ocotal. No, nunca lo había pensado antes,
sino hasta ahora. Pero algo tenía que decirle a aquella mujer.
—Creo que cuando morimos vamos a un lugar mejor que
este…
—Con eso me basta –dijo la mujer sonriendo—. Eso
quiere decir que crees firmemente en la dualidad de cuerpo y alma. Yo trabajo
con el alma de las personas, pero para poder hacerlo necesito que la persona
crea en el alma.
—¿Cuándo hipnotiza a alguien recuerda todo?
—El hipnotismo no es más que escarbar en la propia
memoria –dijo con seguridad tomando con delicadeza la taza—, y el hipnotizador
no es más que un excavador de recuerdos. Todo lo que hemos vivido está aquí –se
tocó la frente con cuatro dedos de la mano izquierda.
—No hay ningún peligro ¿Entonces?
—Claro que no, amiga. Claro que no. Es más, si te
dijera que en estos momentos estamos hipnotizadas ¿me creerías?
Anamaría se miró las manos y le vino a la mente una
idea que había escuchado de alguien, no recordaba de quién, halarse el dedo con
los de la otra mano para verificar si estaba despierta. Si el dedo se alargaba
eso significaba que estaba dormida y si no, despierta.
—Todos los seres humanos estamos dormidos, y el
dormir conscientemente es un tipo de hipnotismo. Si te fijas bien en las personas,
parecen que andan en otro mundo. Eso es hipnotismo. Lo que sucede con lo que
llamamos hipnotismo guiado es que un sujeto va guiando al otro para que entre
en sí mismo y escarbe lo que el hipnotizado quiere encontrar. En este caso tú
quieres saber de tus vidas pasadas. No hay problema, sólo hay que relajarse y
ya.
—¿Lo harás en el estudio? –le preguntó Laura
solícita.
—Creo que es el lugar más adecuado ¿Si estás lista?
Anamaría, que no estaba lista para ninguna de
aquellas cosas dijo que sí y entonces las tres se pusieron de pie y dejando
allí, sobre la mesita central, todas las tazas medio vacías, o medio llenas
como se quiera, subieron al segundo piso.
El estudio de Laura María era una habitación muy
pequeña, pero tan cómoda que al sólo entrar daban ganas de echarse a dormir.
Anamaría la contempló con curiosidad pues su amiga no la había invitado a
entrar allí antes. La única ventana era tan grande como la pared misma y además
era corrediza y se podía salir por ella hacia un balcón donde había una tumbona
rodeada de plantas tropicales muy grandes. Un palo de mango, con sus grandes y
extensas ramas rozaba la orilla del balcón y casi llegaba hasta el marco de la
ventana. Las paredes eran de color chocolate suave. Un escritorio de grandes
dimensiones, pegado a una de las paredes, y frente a este una tumbona tan
cómoda como para echarse una siesta de inmediato. Sobre las paredes había un
cuadro de su tía Azucena. Uno donde al fondo se veía la diminuta iglesia del
Álamo.
Anamaría empujó su enorme silla del escritorio y la
colocó en la cabecera de la tumbona. Gwendolyne se lo agradeció.
—Puedes quedarte si quieres –le dijo a Laura al
verla buscar la puerta.
—Oh, claro. Sólo iba por mi grabadora. Quiero
grabar toda la sesión en video si no les importa.
Anamaría miró a su hipnotizadora y ésta no dijo
nada. Así que le dijo a Laura:
—Creo que no hay problema.
Laura María salió como el rayo por su cámara
filmadora y en menos de dos minutos la colocaba sobre un trípode justo a un par
de metros de la tumbona y enfocando directamente el cuerpo de Anamaría sobre
todo desde la cintura al rostro, abarcando de paso a la doctora. Notó que la
ventana había sido cerrada y la cortina echada. La luz había sido bajada hasta
volverse de un tono mortecino.
—Cierra esa puerta, por favor –le pidió Gwendolyne
a Laura.
Laura cerró la puerta. Todo era muy silencioso en
el ambiente. Anamaría se tendió a una señal de la psiquiatra en la tumbona y
comenzó la sesión. La cámara comenzó a grabar a las ocho y cuarenta de la
mañana y terminó después de las doce del mediodía.
***
—Muy bien, Ana. Vas a cerrar los ojos despacio y
vas a escuchar mi voz sin poner mucho esfuerzo en ello. Sólo deja que tu cuerpo
repose tranquilo. Que caiga sobre el sillón por completo. No tienes ni una sola
preocupación en la vida. Eres una mujer mayor, tu hija es una mujer
independiente, tus nietos, tu padre, todos están bien. Vives bien. No tienes
problemas económicos. No le debes a nadie nada, así que eres una mujer
totalmente tranquila, completa. Vas a imaginarte que mi voz se convierte en una
luz azul muy suave que a medida que la escuchas va entrando por tus oídos y se
va regando por todo tu cuerpo. Es una luz benéfica, suave, llena de paz…
respira hondo y mira como la luz entra en ti por los oídos y baja por tu
garganta. Allí, en tu garganta se dispersa hasta bajar al interior de tus
pulmones. Respira hondo. Muy bien, así. El azul de mi voz entra en tus pulmones
y de allí, por cada célula de oxigeno que llega a la sangre el corazón la
dispersa por todo el cuerpo. Todo el cuerpo se va relajando despacio a medida
que mi voz hecha luz azul llega al corazón, el corazón la empuja por todos
lados. Llega al estómago, a los brazos, a las manos, a los dedos, a la cintura,
a las piernas, a las rodillas, a los pies, a los dedos de los pies… todo el
lugar de tu cuerpo a donde llega mi voz, la luz azul, se llena de mucho sueño,
se relaja y cae sobre el sofá. Todo está cayendo al sofá. Respira hondo y la
luz sigue inundándolo todo… respira profundamente, así, así… así… relajada
totalmente. Totalmente relajada. Respira, respira, respira…muy bien. Ahora
vamos a subir con esa luz hasta la cabeza. Del corazón a la cabeza. Del corazón
a la cabeza. En medio de la frente la luz, mi voz, forma una esfera de luz azul
brillante. Miras atentamente esa luz… muy bien…
Laura María observaba una vez más a su amiga en
acción y no perdía una sola de sus palabras ni de sus gestos. Estaba acomodada
en el sillón y con voz suave y adormecedora iba mencionando las palabras que
entraban en los oídos de Ana y se transformaban en luz e imágenes.
—… bajaremos esas gradas, despacio, contando los
diez escalones. Bajamos el primero, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete,
ocho, nueve, diez… ahora estamos abajo. Enfrente de nosotros hay un espejo muy
grande. Nos acercamos a él, despacio… nos detenemos enfrente de él… observamos.
Allí estamos reflejados, pero de espaldas. Podemos ver nuestra espalda allí. Es
una ventana, entremos… levantamos nuestro pie derecho y luego el izquierdo y
entramos… es un espejo del pasado. Avanzo hacia el pasado. A ambos lados de
nosotros hay más espejos, cienes de espejos. Voy hacia la derecha, allí están
los de mis vidas más recientes… me observo en el espejo más cercano que es mi
vida más cercana, la vida anterior a la de este momento. Allí, como en un
televisor puedo ver todo lo que hice en aquella vida. Allí están los rostros de
las personas que amé, las personas que conocí, los lugares que conocí, los
sabores, lágrimas y sonrisas, alegrías que tuve… todo está allí. También es una
ventana, vamos a entrar. Nos metemos y vamos hasta el fondo del salón. Nos
damos la vuelta y miramos hacia el fondo el espejo por donde entramos, allí
está, por allí podemos salir al terminar de visitar el lugar. Mira a tu
derecha, allí está el primer recuerdo. Tu nacimiento en aquella vida. Dinos los
que miras. Despacio. No tengas prisa. No tienes ninguna prisa. Aquí estoy
contigo.
La voz de Gwendolyne dejó de escucharse y en el
ambiente quedó la sensación de la espera. Le había pedido a Anamaría que dijera
lo que miraba en aquel momento. Laura María, como siempre que su amiga
psiquiatra llegaba a este punto trataba de imaginarse al hipnotizado de pie
ante todos aquellos espejos hipotéticos y luego esperaba que comenzaran a
hablar. Este era el momento culminante, el motivo por el cual el hipnotizado
entraba en tal estado.
Esperaron un minuto completo. A veces eran más
antes de que el hipnotizado comenzara a hablar. Cuando Anamaría comenzó a
hablar lo hizo con una voz tranquila y suave, como si hablara con una persona
muy pequeña y necesitaba utilizar el lenguaje más elemental para ser
comprendida.
—Es el año de 1930 acabo de nacer. Mi madre muere
en el parto. Mi padre y mi hermanito, tengo un hermanito de dos años y me mira
con sus ojitos redonditos. Sonríe al verme y no se da cuenta que nos hemos
quedado huérfanos por mi culpa. Mi padre está triste por mi mamá, pero alegre
por mí, sus emociones son encontradas. Vivimos muy bien, mi padre tiene mucho
dinero.
—Avanza unos cinco años hacia adelante y dinos tu
nombre y el lugar dónde vives.
—Avanzo hasta la edad de cinco años… me llamo María
Azucena Landa Perdomo…
Laura María que escuchaba atentamente cada palabra
abrió la boca con asombro y tuvo que tapársela para no emitir un gritito de
sorpresa. Lo que siguió ella de alguna manera ya lo sabía por toda aquella
documentación recogida durante tantos años y porque como le había dicho
Anamaría, con mucha facilidad podría escribir un libro bastante grueso acerca
de la familia Landa.
—…asistimos a la escuela de la comunidad aunque mi
padre ha insistido en que no lo hagamos. Allí, el primer día conozco a… conozco
a…
“Carlos Antonio Moncada” piensa Laura María antes
de que su amiga los diga.
—… Carlos Antonio… mi amor…
Por un momento, la voz de Anamaría, se quebró como
a punto de llorar, pero de inmediato Gwendolyne la guío para que no se
estancara en aquel recuerdo.
—Mi padre me envía a un colegio de señoritas en la
ciudad para alejarme de él, pero nosotros nos escribimos durante todos aquellos
años… cuando tenía quince años mi padre me envío aún más lejos, a Italia… pero
siempre mantenemos comunicación. Algún día, cuando regrese, nos prometemos,
vamos a vivir juntos, nos amaremos mucho, seremos felices para siempre, como en
los cuentos de hadas.
Un silencio prolongado durante más de un minuto.
Anamaría, se agita en su sueño, mueve los ojos debajo de los párpados. La
cámara capta todo esto.
—…conozco a Kenia Smith, nos hacemos amigas. Un año
antes de regresar a mi país y a él. Kenia me muestra el mundo de la magia, de
la brujería, me regala libros de brujería y yo, antes de volver a mi país,
compro más. Un año en Inglaterra y me convierto en una bruja de primer grado.
Según mi maestra soy una bruja de nacimiento. Es un año de aprendizaje, pero
más adelante vendrán más. Más aprendizajes. Regreso a mi país, mi padre y mi
hermano me reciben en el puerto. Es un viaje muy agotador, muy bonito. Llegamos
a mi casa, en El Ocotal, voy a buscar a mi amor… nos amamos. Pinto. Huyo con mi
amor. En una cabaña. Una mañana…
Otra larga pausa. Laura María que iba tejiendo
algunas tramas, huecos, es la más atenta del trío. Y aunque sabe que más
adelante verá varias veces la cinta no quiere perder ni un solo detalle de la
narración.
—…matan a mi Antonito… alguien lo mató con una
pistola y acusan a mi padre. Mi padre es juzgado… yo… yo…
—Tranquila. Tranquila. Todo esto es como una
película. Estás recordando todo lo vivido. No es real ya. Recuerda. Son
recuerdos. La vida de antes… —la calma Gwendolyne al ver la dificultad de
expresar sus palabras.
—Utilizo un hechizo, agua y un cazo de aluminio
para descubrir al verdadero culpable. Lo descubro es, es un sirviente de mi
padre, un antiguo sirviente y… y el administrador de la mina del Álamo…yo
invoco las fuerzas de la naturaleza y las uno a mis más fuertes deseos. Creo un
tulpa. Mi tulpa.
Laura María, vuelve a abrir los ojos con asombro.
Las piezas encajan tan perfectamente que no puede creerlo. Pero allí están
todas. Podría, en efecto, escribir un libro muy gordo acerca de la vida de la
familia Landa.
La doctora Gwendolyne que al principio pensaba que
aquella hipnosis iba a ser una típica sesión de hipnotismo, ha ido
interesándose poco a poco en las palabras de Anamaría y dicho interés se
demuestra en la postura que ha tomado. De estar totalmente relajada, apoyando
la espalda contra el respaldo del sillón se ha inclinado un poco como para
escuchar mejor apoyando los codos sobre sus rodillas y mirando con mayor
atención a la hipnotizada.
—¿Cómo se hace un tulpa? –pregunta aunque tiene una
vaga idea al respecto.
—Un tulpa es la manifestación física de nuestros
más claros deseos. Nace de la energía personal de cada quien, pero si le añades
la fuerza, el espíritu de la naturaleza es aún más perfecto. Yo he creado mi
tulpa de mi energía y de la naturaleza. Los pinos, los robles y los encinos me
han brindado su energía para hacer surgir mi tulpa. Un tulpa nace de algún
órgano del cuerpo. Mi tulpa nace del corazón. Un corazón lleno de cólera por el
deseo de sed de venganza. Me arrebataron a mi Antonito y quieren quitarme a mi
padre. No puedo permitirlo. No puedo… no. Es tanta mi cólera que el ser que
nace, mi tulpa, tiene los ojos rojos, signo de la cólera.
Laura María que ha estado pendiente de todo aquello
y está vivamente interesada por estas últimas palabras escribe en un trocito de
papel:
“Pregúntale ¿Cómo es el tulpa?”
Le empuja dicha pregunta por la superficie del
escritorio y la psiquiatra la mira. La toma y emite la pregunta:
—¿Qué aspecto físico tiene el tulpa?
Anamaría, parece considerar la pregunta y luego
dice con voz pausada:
—Es blanco, del tamaño de un perro grande, cuerpo
alargado como el de… como el de un perro salchicha –sonríe— es un cuerpo muy
largo, como el que aparecen en las ilustraciones de los dragones japoneses.
Tiene patas como de león, fuertes y gruesas, con garras muy afiladas. La cola,
la cola es como la de un zorro. Se parece al amigo imaginario de mi niñez, pero
éste es real.
—Muy bien, Ana… dinos más cosas al respecto.
—He obligado al asesino verdadero a declarar su
culpa, con la ayuda del tulpa. Él sólo ha acudido a la policía; mi padre ha
quedado en libertad. Pero yo, no puedo dejar que el otro culpable se escape… la
policía ha ido a buscarlo y éste ha desaparecido. Yo voy en su caza.
Laura María, escucha, también asombrada, las
descripciones de la cacería realizada por Azucena y su mascota y comprende, de
alguna manera, el nacimiento del otro carácter más fiero de aquel ser.
—… regresamos a la cabaña, pero sin él no es lo
mismo. Me siento morir. Sigo pintando, pero ya no hay alegrías en mi vida. Mis
alegrías se las llevó Antonio. Trato de encontrar el modo de que por lo menos
su espíritu se comunique conmigo, pero… yo no soy espiritista, sino bruja. Sé
que él está en algún lado, en algún plano, pero no lo percibo…
—Adelanta un poco más en tu vida ¿Qué hiciste
después de cinco, diez años?
Pausa.
—Tranquila no hay prisas.
—Mi vida de artista se ve favorecida con varias
críticas. Mis pinturas se venden muy bien y me consideran una buena pintora…
Laura María contempla la enorme pintura que cuelga
justo enfrente de ella y está de acuerdo con las palabras de su amiga. Pero
también, se siente maravillada, al saber que la creadora de dicho arte está
allí, a pocos metros de ella. ¿Cuántas veces se convive con las grandes almas y
nadie se entera? Como dijo Exupery lo
esencial es invisible a los ojos.
—Regreso a la casa del Ocotal, La Casona se llama…
hay un arco muy grande sobre la entrada principal. Un día se me ocurre pintar
La Casona, pero es un cuadro, no sé porque nunca puedo terminar… es como si el
destino, o fuerzas de otros lados, invisibles, me lo impidieran. Me rindo y no
termino la pintura. Mi padre bebé mucho. Es un alcohólico aunque no lo quiera
admitir. Mi hermano Esteban vive en la ciudad con su familia y viene a visitarnos
de vez en cuando. Yo, pinto mucho para olvidar a Antonio… mi padre quiere que
me case, que sea feliz y yo le digo que no podré ser feliz con otro hombre que
no sea Antonio. Él sigue bebiendo… en 1960… hago un conjuro para entrar al
mundo de los sueños. Un conjuro que me ha revelado, alguien, a través de los
sueños. Logró ver a Antonio… él me explica que volveremos a encontrarnos en el
futuro… que tenga paciencia, que todo se asentará… dice. Dice que nuestras
vidas son especiales, que nos volveremos a ver pronto… pero hay algo de
tristeza en su voz, como si temiera algo. Yo tengo miedo de preguntarle. Un año
después, gracias a las runas, creo un conjuro para abrir una puerta física,
creo, para entrar al mundo de los sueños. Quiero entrar y verlo de cerca. Pero
no es tal mundo donde entro…
Laura María que ha leído los dos diarios comprende
a cabalidad lo que aquellas palabras significan.
—… hay monstruos del otro lado. Muchos monstruos…
La doctora Gwendolyne que cree que la mujer ha
entrado dentro de un sueño la anima a continuar.
Pero, Anamaría, parece bloqueada por algunos
segundos.
—Muero –dice de pronto llenando de teatralidad el
recinto y las dos mujeres despiertas la observan con interés creciente—. Uno de
los seres que se han metido a mi mundo ha aprisionado mi corazón y lo ha hecho
explotar.
Y como el fin de una película o una tragedia, el
silencio lo inunda todo.
—Muy bien –se arrellana en el sillón la doctora
Gwendolyne y con voz aun más relajada dice añade—. : Ahora vamos a darnos la
vuelta y salir de este espejo para volver a las gradas. ¿Está bien?
—Sí –dice una desfalleciente Anamaría. Laura que ha
tomado la última parte de aquellas confesiones como algo nuevo para el
conocimiento de los sucesos en aquella extraña vida aprecia esa voz como la de alguien
muy cansado.
—Entonces –continúa Gwendolyne—, vamos a ir hacia
el espejo por donde entramos. Despacio. Llegamos y bajamos hasta el lugar donde
está la escalera. Muy bien. Ahora avanzamos hacia la escalera. Respira
profundamente.
Anamaría respiró profundamente.
—Ahora llegamos al pie de la escalera. Son diez
escalones los que vamos a subir. Voy a contar del uno al diez. Cuando llegue al
diez estarás de nuevo aquí, con nosotras, con tus amigas. ¿Está bien?
Anamaría vuelve a asentir. Su rostro está muy
relajado aunque Laura, nota, una especie de preocupación profunda. El
conocimiento del pasado es algo que abre muchas puertas y comprensiones del
presente.
—Cuando lleguemos al escalón diez estaremos
saliendo de nuevo a la superficie. Abrirás los ojos y te sentirás relajada,
muy, muy relajada. Uno, subimos el primer escalón, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve, diez.
Al escuchar diez, Anamaría abrió los ojos
lentamente y sin moverse miró profundamente hacia el techo. Nadie dijo nada. El
ambiente se llenó de ese tipo de misterio casi místico que precede a la
tormenta.
Laura María se levantó despacio y fue a chequear el
funcionamiento de la cámara. Todo estaba allí, por supuesto y el disco duro
seguía llenándose con todas aquellas imágenes.
—¿Puedo levantarme? –preguntó Anamaría.
—Claro que sí –le dijo la doctora levantándose ella
misma yendo a abrir las cortinas y luego las puertas corredizas.
La luz entró a raudales en la estancia volviendo a
iluminar todo en su plenitud. Anamaría se quedó unos segundos sentada en la
orilla de la tumbona, parecía cansada, pero al mismo tiempo su rostro, ahora,
mostraba una enorme determinación.
—¿Lo recuerdas todo? –le preguntó Laura acercándose
a ella y sentándose a su izquierda. Le pasó un brazo por los hombros.
—Todo –dijo Anamaría como ausente.
Gwendolyne volvió a sentarse en la misma silla y
las miró a ambas.
—¿Cómo te sientes? –le preguntó a su paciente.
Anamaría la miró directamente a los ojos y sonrió.
Era una sonrisa de cansancio, pero también de agradecimiento.
—Bien –contestó al fin.
—¿Te sirve toda esa información?
—Sí.
—¿Recuerdas todo? –la misma pregunta pero en
diferentes labios.
—Sí, lo recuerdo absolutamente todo. Para mí, ahora
muchas cosas tienen más sentido. Gracias. Sólo me siento un poco agotada.
—Eso es normal. Si quieres descansar un poco…
—Sí, gracias.
—Ven –le dijo Laura María ayudándola a ponerse en
pie—. Te llevaré a mi habitación para que descanses.
—Gracias.
Y como una convaleciente, Anamaría, fue metida y
acomodada en la habitación de su amiga Laura María.
—Descansa, amiga –le dijo Laura con una gran
sonrisa—, ya tendremos tiempo, luego para hablar un poco sobre todo esto.
—Sí –dijo Anamaría acomodándose en la cama.
En menos de cinco minutos dormía profundamente
mientras Laura María y Gwendolyne hablaban animadamente sobre la experiencia en
la salita, frente al jardín, en la planta inferior.
—No he comprendido muchas cosas de las que ha dicho
–confesó la doctora Gwendolyne—. Es como si en la hipnosis se hubiera metido
dentro de un sueño.
—Es posible –dijo Laura María sin atreverse a
confiar a su amiga psiquiatra toda la verdad. Por experiencia sabía que cuando
se cuenta algo que no es posible volver a repetir, o por lo menos mostrar con
algo de lógica, la gente empieza a dudar de la propia cordura. Después de su
experiencia en el enorme túnel de las profundidades había tratado de
explicárselo todo a sus padres. Estos, después de mirarse como quien sospecha
algo, no volvieron a referirse al tema ni a preguntarle nada.
“Es mejor así –le había dicho Jorge cuando ella se
lo contara—. Ellos creen que estamos locos porque no pueden comprobar nuestras
historias así que es mejor así”.
Y de allí en adelante sólo a sus hijos cuando eran
pequeños y ellos mismos recordaban algunos incidentes de toda aquella
experiencia asombrosa.
—Pero tú has querido que le preguntara acerca de la
forma del animal ¿Por qué?
—Tenía cierta curiosidad –confesó mintiendo
descaradamente.
—Entonces ¿Estuvo bien? ¿Era lo que ella esperaba?
Laura María que le había pedido que hipnotizara a
una amiga para averiguar sobre su vida pasada, lo había hecho con la descarada
mentira de curarle una fobia. Miedo a los lugares cerrados, le había dicho.
“Pero cuando lo hagas no se lo digas –le había
dicho—. Es una de esas personas que suelen negarlo todo”
Con esa mentira, pues, había llevado expresamente a
su amiga allí. Estaba satisfecha de los resultados, pero ahora tenía que
buscarle alguna utilidad a aquella información. Ya tendría tiempo para
discutirlo con Anamaría.
***
A las dos de la tarde se marchó la doctora
Gwendolyne, muy intrigada y pensando un poco más en las respuestas de Anamaría,
pero convencida, por las palabras de su amiga Laura que todo había sido para
curarle una agorafobia. Esperaba haberle ayudado de verdad y que en el futuro
no volviera a manifestar el terror a los espacios cerrados.
En cuanto se hubo marchado, Laura María subió a su
habitación para hablar con Anamaría.
Anamaría estaba despierta y estaba sentada en la
orilla de la cama mirando hacia uno de los cuadros pintados por ella misma en
una vida pasada que ahora parecía tan cercana. Al escuchar que la puerta se
abría se volvió y miró a su amiga.
—¿Se puede? –preguntó Laura.
—Se puede –dijo Anamaría volviendo su vista al
cuadro.
En el cuadro, una mujer muy joven, de nombre
Azucena Landa, se miraba a un espejo y sobre la superficie de éste se veía un
pacífico río deslizándose por entre árboles y sobre guijarros blancos.
—Es hermosa –dijo sin apartar la mirada del cuadro.
—Sí –convino Laura María sentándose a su lado, muy
cerca.
—Somos tantas cosas en nuestras diversas vidas.
—Sí. Yo no podría pintar algo tan hermoso, en la
actualidad, por mucho que me esforzara.
—Pero puedes diseñar hermosas casas y edificios…
—Eso sí.
Suspiraron, ambas al mismo tiempo y luego como dos
chiquillas se miraron sonriendo.
—Ha matado a quince personas más –dijo Laura María
como quien dice algo por pura casualidad.
Anamaría no tuvo que preguntar quién, pues ya sabía
la respuesta. Se miró las manos y cerró los dedos como si estos se hubieran
entumecido.
—No –le dijo Laura como si hubiera leído sus
pensamientos—. Tú no tienes la culpa de nada. Pero podemos encontrar la forma
de detenerle antes de que mueran más personas.
Anamaría suspiró y se puso en pie.
—Hablemos –le dijo.
Salieron del dormitorio y con paso seguro, Anamaría
buscó la puerta del estudio. Allí arriba había más espacio para armar un plan o
por lo menos para decidir. Entraron y sin cerrar la puerta, no era necesario,
buscaron el balcón. Allí había una mesita con cuatro sillas a su alrededor.
Anamaría se sentó y Laura lo hizo enfrente de ella.
—¿Qué podemos hacer? –preguntó Anamaría al
sentarse.
Laura que era, de alguna manera, la experta en todo
aquel asunto, muchas veces, durante muchos años, mientras la vida la iba separando
de sus hijos, se había preguntado si alguna vez volvería a relacionarse con
todo aquella. Muchas veces había regresado al Limón pues la propiedad había
pasado a ser suya cuando sus padres murieron y también se había acercado varias
veces a la boca de aquella mina sin valor para meterse en ella. Tenía miedo del
pasado, pero al mismo tiempo, unas ansias inmensas de volverse a acercar
como las polillas a la muerte en los
focos calientes de la luz.
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